Calor de amor, distancia sombría


     No deberían seguir hablando, pues las confusiones aumentan y luego el tema de la sanación se puede ver afectado… Negándose a sentir los daños, los acuerdos están sobre la mesa en las que:

- ¡Cobardes se dejaron! 

Paseando entre los audios, les resulta irremediablemente un extraño, no se niegan un suspiro… Los nuevos tiempos hacen  llegar en un instante las fotos de un apego. Mientras tanto las fogatas son fuertes y dispuestas a perdurar toda la noche hasta el amanecer. Iluminaciones que dejan ver los ojos oscuros y confusos de la nostalgia. Lunático confirma que no desistirá de escribirle. Le encanta verle reír; extraña sus cabellos, gestos y chistes…

- ¡Te doy mi fuego mujer! 

Ten presente que acá también se hace poesía… Y un fuego que no ahoga, alivia, ya que desde las cenizas puede ser un incendio de magnitudes incalculables, pero que primordialmente no quema, sólo trae bienestar… Célebres inspiraciones por un fuego sanador veneran un lugar para incinerar las penas:

- ¡Cobardes se dejaron! 

Purificando lo que puede ser lo más ambiguo de la existencia humana; nuevamente los seres añoran el amor, poder vivir sin calor se suscita como una completa frustración; como humo llegan ideas y arte fluye como las cenizas:

- ¡Te doy mi fuego mujer! 

Fotografía: Nicole Calderón

Lleno de humos tóxicos y manos malditas; lo ambiguo se torna cálido y vigoroso, pues:

- ¡Oh, oh, un fuego consume el cuentero!

Unas  pulsiones retrecheras, emanan la pasión por ti y de inmediato se encienden las manitos… Por esta noche un fuego se abre camino entre montañas macondianas y citadinas. Un camino despejado se gestará para un mutuo abrazo en el que los seres serán carne sin olvido y mente sin emociones…

- ¡Te doy mi fuego mujer! 
- ¡Fuego, fuego! 

Las novelas de aforismo del amor, proyectan un imperfecto ser que permanece en terapia y hace consultas…  Se dejan, sin olvidar; un recuerdo inmortal…

- ¡Cobardes se dejaron! 

Los años juntos y otros por venir, son las despedidas sin concluir… Algo extraño se repite; ninguno se quiere marchar y ardiendo esperan caminar juntos por la pradera de un barrio de parques de cementos, patines y hojas marchitas en las que sentados en las tarimas se conmueven con pucheros y se recuestan a soñar los futuros, a conmemorar poemas y de repente se escucha:

-        ¡Lizarazo, le sigo queriendo!
- ¡Te doy mi fuego mujer! 

Enamorados y asustados tras pasar algunas semanas tortuosas, se juran arder las entrañas, pues los profundos sueños existenciales andan descongelados… Inmersos en fríos escabrosos, un abrazo puede traer fracturas y consuelos para el alma.  

Abrazados, las temperaturas son armonía y no es necesario hablar, la voz se puede romper y la humeada se enrolla, llevando las ideas y los cuerpos a unas tumbas; ardientes y sin extintores no saben que decir, qué hacer, del otro lado resuena:

-        ¡Querida, pucheros, cariño, cachetes!
-        ¡Te doy mi fuego hombre!

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